martes, 24 de abril de 2012

Ella es como una mariposa metida en un tarro de cristal mientras miles de ojos la ven revolotear ansiando ser libre. Quiere salir, explorar, ser feliz, ir con la corriente, ir a contracorriente. Sola, acompañada. Pero siempre aparece ese maldito niño, que abre la tapa del tarro, mete su sucia mano, y empieza a tocar sus alas, porque son suaves, porque son bonitas. Pero ella iba perdiendo su estela, su brillo, su polvo. Le mataba lentamente. Era un dolor que le aprisionaba. Intentaba gritar, pero en su silencio nadie la podía escuchar. Seguía encerrada. Y así, día tras día. Volvía el niño. Volvía a violar su intimidad, su pequeña intimidad, violaba su libertad. Violaba sus ansias de volar. Violaba su espíritu. Y sin darse cuenta, ni el niño ni ella, estaba moribunda y apenas tenía tiempo para escapar. Quién sabe si pudo ser libre. Quién sabe si se acostumbró a esa tortura. Quién sabe si volvió a ser un pésimo gusano de seda.

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